Hace años, durante mi infancia, pasé muchas noches entorno a
la luz de una vela.
Cómo recuerdo esas noches, mi familia, la vela sobre la mesa,
nosotros pegaditos a la chimenea en invierno o sentados al fresco del tinao en
verano.
Mi abuela contándonos
cuentos fantásticos o la palabra de Dios que tan hábilmente transformaba en cuento.
Cómo recuerdo las figuras misteriosas reflejadas sobre la
pared, nuestras risas al poner nombre a esas imágenes.
La alegría reinaba en nuestras vidas, éramos felices.
Pero aquellas noches desaparecieron, nunca volverán.
Aquella vela se apagó, su cera se agotó, jamás ya se
encenderá.
Pero a mi vida otra vela llegó y con paciencia encendí.
Su luz nunca se apagará porque su cera jamás se agotará.
Siempre refleja la misma figura sobre la pared y sólo hay un
nombre que le puedes poner.
La luz de mi nueva vela me calma y me guía, quizás un día
hasta la felicidad me lleve.
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